Comentario
Cortés a los suyos
"Muchas gracias doy a Jesucristo, hermanos míos, de veros ya sanos de vuestras heridas y libres de enfermedad. Me alegra mucho veros así armados y deseosos de volver de nuevo sobre México a vengar la muerte de nuestros compañeros y recobrar aquella gran ciudad; lo cual confío en Dios haréis en breve tiempo, por estar de nuestra parte Tlaxcallan y otras muchas provincias, por ser vosotros quien sois, y los enemigos los que suelen, y por la fe cristiana que vinimos a publicar. Los de Tlaxcallan y los demás que nos han seguido siempre, están dispuestos y armados para esta guerra, y con tanta gana de vencer y sujetar a los mexicanos como nosotros; pues en ello no sólo les va la honra, sino la libertad y aun la vida también; porque si no venciésemos, ellos quedaban perdidos y esclavos, pues los de Culúa los quieren peor que a nosotros, por habernos recogido en su tierra, por cuya causa jamás nos desampararán, y con tino procurarán servirnos y proveernos, y hasta de atraer a sus vecinos a nuestro favor. Y ciertamente lo hacen tan bien y cumplidamente como al principio me lo prometieron y yo os lo certifiqué; pues tienen a punto de guerra cien mil hombres para enviar con nosotros, y gran número de tamemes, que nos lleven de comer, la artillería y fardaje. Vosotros, pues, sois los mismos que siempre fuisteis; y que siendo yo vuestro capitán habéis vencido muchas batallas, peleado con ciento y con doscientos mil enemigos, ganado por fuerza muchas y fuertes ciudades, y sujetado grandes provincias, no siendo tantos como ahora sois. Y aunque cuando en esta tierra entramos no éramos más, ni al presente necesitamos más por los muchos amigos que tenemos; y aunque no los tuviésemos, sois tales, que sin ellos conquistaríais toda esta tierra, dándoos Dios salud; pues los españoles al mayor temor se atreven; el pelear lo tienen por gloria, y el vencer, por costumbre. Vuestros enemigos ni son más ni mejores que hasta aquí, según lo demostraron en Tepeacac y Huacacholla, Izcuzan y Xalacinco, aunque tienen otro señor y capitán; el cual, por más que ha hecho, no ha podido quitarnos la parte y pueblos de esta tierra que le tenemos; antes bien allí en México, donde está, teme nuestra llegada y nuestra ventura; pues, como todos los suyos piensan, hemos, de ser señores de aquella gran ciudad de Tenuchtitlan. Y mal contada nos sería la muerte de Moctezuma si Cuahutimoc quedase con el reino. Y poco nos haría al caso, para lo que pretendemos, todo, mientras que no ganemos México; y nuestras victorias serían tristes si no vengamos a nuestros compañeros y amigos. La causa principal por la que venimos a estos lugares es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente con ella nos viene honra y provecho, que pocas veces caben en un saco. Derrocamos los ídolos, impedimos que sacrificasen ni comiesen hombres, y comenzamos a convertir indios aquellos pocos días que estuvimos en México. No es razón que dejemos tanto bien comenzado, sino que vamos a donde nos llaman la fe y los pecados de nuestros enemigos, que merecen un gran azote y castigo; que si bien os acordáis, los de aquella ciudad, no contentos de matar infinidad de hombres, mujeres y niños delante de las estatuas en sus sacrificios por honra de sus dioses, o mejor hablando, diablos, se los comen sacrificados; cosa inhumana y que mucho aborrece Dios y castiga, y que todos los hombres de bien, especialmente los cristianos, abominan, prohíben y castigan. Además de esto, cometen sin pena ni vergüenza el maldito pecado por que fueron quemadas y asoladas aquellas cinco ciudades con Sodoma. Pues, ¿qué mayor ni mejor premio desearía nadie aquí en el suelo que arrancar estos males e implantar entre estos crueles hombres la fe, predicando el Santo Evangelio? Luego entonces, vayamos ya, sirvamos a Dios, honremos a nuestra nación, engrandezcamos a nuestro rey, y enriquezcámonos nosotros, que para todo es la empresa de México. Mañana, Dios mediante, comenzaremos".
Todos los españoles respondieron a una con muy grande alegría, que fuese muy en buena hora; que ellos no le faltarían. Y tanto entusiasmo tenían, que hubiesen querido partir inmediatamente, o porque son los españoles de tal condición, o arregostados al mando y riquezas de aquella ciudad, de la que gozaron ocho meses.
Hizo luego, tres esto, pregonar algunas ordenanzas de guerra, tocantes a la buena gobernación y orden del ejército, que tenía escritas, entre las cuales estaban éstas:
Que nadie blasfemase el santo nombre de Dios.
Que no riñese un español con otro.
Que no se jugasen las armas ni el caballo.
Que no forzasen a las mujeres.
Que nadie cogiese ropa ni cautivase indios, ni hiciese correrías, ni saquease sin licencia suya y acuerdo del cabildo.
Que no injuriasen a los indios de guerra amigos, ni pegasen a los de carga.
Puso, además de esto, tasa en el herraje y vestidos, por los excesivos precios a que estaban.